Rockers, punketos, darketos, metaleros, emos y demás clanes urbanos en algún momento de su existir, se han sometido al prejuicio de ser la incomodidad de algunos sectores de la sociedad, incluso de ser la molestia del núcleo familiar en que paradójicamente se han creado.
En dónde radica la molestia? Para las clases política y conservadora, los clanes urbanos han sido una constante amenaza debido al poder de concentración, concientización y protesta que ponen en riesgo el orden adoptado por dichos sectores. Para el núcleo familiar, la molestia radica en comprometer la estructura genealógica, poniendo en riesgo los patrones y ordenamientos convenientes para el clan familiar, tales como la continuidad de profesión, la realización de los padres a través de los hijos o el status económico/social.
Pero, qué significa pertenecer a un clan urbano?
La necesidad de aceptación social y el constante temor que significa la separatidad, llevan a un individuo a sentirse identificado con miembros con creencias similares, dicha identificación la encuentran inicialmente en la imagen que proyecta el clan y que posteriormente adoptan para manifestar el derecho reprimido que tienen a ser individuos, únicos e irrepetibles y que por algún motivo creen haber perdido en algún momento de su pasado. Es paradójicamente de esta manera como ellos creen recuperar individualidad, imitando y amoldándose al clan que adoptan para manifestar algo que no se atreven a hacer de otra manera.
Dicen que el rock and roll es un juego de niños malos, y es por eso que a través de la distorsión de una guitarra, el ritmo de un bajo y batería o en la desgarradora voz de un cantante, canalizan energía que proviene de la perdida de la voluntad, es decir de sentirse gobernados por voces y creencias sociales que coartan su existir. Es por eso mismo que el contenido ideológico del rock está enfocado a criticar a la autoridad, haciendo una vez más una proyección de la ira contenida en los símbolos de autoridad y organización.
Es por eso que el rock and roll es más bien un juego de niños enojados.
Autor: David Monroy Rodríguez